Bajamos en la pequeña estación de ferrocarril de Civitavequia, a escasos dos quilómetros de los cruceros amarrados. Tomamos un aperitivo en la estación, entendiéndose aperitivo por una buena porción de pizza y un café helado por mi parte.
Preguntamos la dirección al puerto y nos encaminamos. Vamos a cada paso descubriendo una pequeña villa turrística con una cantidad desmesurada de hoteles en proporción al tamaño de la población. Día soleado, calor, decidimos comer en un bar a pie de playa unas refrescantes ensaladas. Queda tiempo aun para embarcar. Pregunto a la camarera si alquilan piraguas y me contesta negativamente. Una pena. Pero inmediatamente después me ofrece la suya con la condición de no hundirla. Acepto encantado y momentos después surco el mar de aguas cristalinas evitando corales de diversos colores. Le doy las gracias por el préstamo y procedo a secarme al sol.
Más avanzada la tarde tomamos rumbo al puerto y hacia una nueva etapa del viaje. Crucero a Barcelona.
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