lunes, 9 de noviembre de 2009

Capítulo 3, A Milán.


Tras aprovechar el breve espacio de tiempo con nuestra guía, comenzamos la maniobra de ir primero a Sants a por las maletas allí guardadas para ir más tarde a la Estación de Francia, estación de origen del tren a Milán.
Nos dejamos embelesar por una estación nada comparable a la enorme y moderna Sants, dejando volar, aunque con a
maginación. Por fin, tras momentos de histeria desvelan el bien guardado número del andén. Es, sin duda, el tren más largo que he visto en mi vida. Nuestro vagón está a unos 500 metros de la estación. No es el último. De pronto viajo en el tiempo. Ese mismo tren, decadente ha doce años ya, me llevó a Madrid en mi séptimo cumpleaños. Como cambia la visión de las cosas con la edad. Recuerdo estar extasiado por ir en la litera de arriba. Ahora ir en la litera de arriba conlleva un especial cuidado al incorporarse, el techo no es muy elevado. Pese a la falta de higiene y ruidos, duermo espléndidamente. Al despertar por tercera vez ya nos encontramos cerca de nuestro destino. Exprimiendo el tiempo de sueño, recogemos y preparamos a bajar ya como turistas en Italia.
El hotel se encuentra muy cercano a la estación. Puntazo. Por la mañana vemos todo lo que supuestamente hay que ver en Milán, Il Duomo (la catedral) y las galerías de la moda. La catedral es impresionante, y cuanto más subiendo a los inmensos tejados. En nuestra primera comida en Italia se confirman mis sospechas, mis miedos a los mitos. Menuda porquería de pizza. Por la tarde proponen repetir el plan de la mañana. Me voy a callejear y a sacar alguna foto que no sea de la catedral. Nos reencontramos al anochecer, cenamos, y nos vamos a dormir.
Intento dormirme pensando en mis cosas, pero lo había conseguido, no las recordaba. Estaba realmente disfrutando del viaje.

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